Estoy completamente seguro de que lo que vas a leer a continuación no va a ser de tu agrado, pero, créeme, necesitas leerlo: “la acción más repetida en la vida de un emprendedor es… el fracaso”. ¡Ya, se tenía que decir y se dijo! Y no solo eso: es algo inevitable y, por si aún no lo has descubierto, es necesario. ¿Por qué? Por el valioso aprendizaje que incorpora.

Ese, justamente, es el primer aprendizaje: el fracaso es inevitable y es útil. El problema, porque siempre hay un problema, es que nos enseñan a tratar de evitar el fracaso (lo cual no es posible) o, en su defecto, a justificarlo. Como se dice en Colombia, “a dorar la píldora” para eludir la responsabilidad y la consecuente culpa. Y eso, créeme, es un grave error.

Nos venden la ilusión de la perfección, que no deja de ser eso: una mera ilusión. Que se diluye rápidamente porque nada es perfecto, porque nadie es perfecto. Lo sabemos porque lo hemos experimentado, lo hemos visto en otros, pero tercamente insistimos en alcanzar la perfección. Sin embargo, la vida, en su infinita sabiduría, nos repite la lección una y otra vez.

Los vendehúmo nos proporcionan mil y una fórmulas ideales, libretos, checklist o pociones mágicas para evitar el fracaso. Y hay quienes caen en la trampa, tristemente. Al final, nos damos cuenta de que nada de eso sirve, de que no podemos eludir el proceso natural. Y, lo más importante, nos damos cuenta de que necesitamos el aprendizaje derivado del error.

Hubo una época, que por supuesto no fue agradable, en la que caí en la misma trampa. Mis esfuerzos estaban enfocados en evitar los errores, pero estos aparecían uno tras otro. En esos momentos, no había tanta información como hoy, no había tantos referentes como hoy, no había tantas herramientas y recursos como hoy. La premisa era la temida “prueba y error”.

Era como caminar en la oscuridad de la noche en un callejón cerrado. Tropezabas con los obstáculos, te golpeabas, caías… No había más remedio que soportar el dolor y seguir adelante. O renunciar. Fueron tantas las veces que caí, que rápidamente perdí la cuenta. Que dejó de preocuparme cuando entendí que cada error significaba un aprendizaje valioso.

¿Cuál? Que aprender del fracaso, o del error, es el verdadero secreto que se esconde tras el éxito de los que dominan el mercado. En cualquier actividad, en cualquier industria. Todos, absolutamente todos los número uno del mercado, de cualquier mercado, acreditan un amplio currículo de… fracasos. Y es justo gracias a ellos que después subieron a la cima.

¿Entiendes? Para no ir muy lejos: hoy no sería quien soy sin mis errores. Que a veces fueron groseros, que fueron reiterados. Si me pides que te comparta la fórmula de mi éxito, lo único que te puedo decir: “mis errores y yo”. Esa es la historia de mi vida, la que algún día plasmaré en las hojas de un libro y la compartiré contigo para que no tropiecen con las mismas piedras.

Con una mano en el corazón y la otra en alguna de las cicatrices producto de mis errores, te digo que el primer aprendizaje necesario es el de aprender a fracasar. ¿El mejor consejo que puedo brindarte a respecto? Equivócate tan rápido como puedas y tan feo como puedas. Solo hazlo, superar el episodio, evita que las emociones te dominen, aprende la lección y sigue.

¡No es fácil!, lo sé, porque lo viví, porque lo experimenté. Sin embargo, es indispensable. De lo contrario, te pasarás la vida, cada día, entre tu inútil obsesión por no equivocarte y… tus errores. Tristemente, es lo que les sucede a muchos emprendedores que quieren hacerlo perfecto, que siguen al pie de la letra la fórmula mágica que algún vendehúmo les vendió.

La señora Julita, mi madre, era una negociante nata, una emprendedora precoz en una época en la que en Colombia no se sabía qué era eso de ser emprendedor y, mucho menos, una mujer. Tuvo varios negocios y en todos triunfó y fracasó. Sin embargo, tenía una increíble capacidad para reinventarse, para encontrar nuevas oportunidades, para seguir adelante.

Cuando me convertí en emprendedor digital y me enfrenté a los obstáculos, pensaba en lo que hacía la señora Julita y encontraba las fuerzas y la claridad necesarias para destrabar la situación y avanzar. Me inspiraba en su ejemplo, en su resistencia, en su resiliencia y, claro, en la característica que ella me transmitió en los genes: la terquedad. Y seguía adelante.

Otra arista del problema es que a los seres humanos no nos gusta hablar de los errores, de los fracasos. ¿Por qué? Nos sentimos vulnerables cuando lo hacemos, expuestos a la crítica y a la desaprobación de los demás. Como que estamos “con la guardia baja” y en cualquier momento pueden propinarnos un golpe de gracia. Ese del cual no podemos levantarnos.

Con el paso del tiempo, con el aprendizaje adquirido por cada nuevo error, con el ejemplo de mi madre y los consejos de mis mentores, me di cuenta de que cada equivocación, de que cada fracaso, me hacían mejor. Se antoja una contradicción, pero en realidad no lo es. Se trata solamente de mensajes que nos envía la vida, que a veces no los comprendemos.

Cuando una persona nueva llega a mis comunidades, por lo general se concentra en mi éxito. ¿Lo que más llama la atención? El hecho de haber estado en el mercado, como número uno, por tanto tiempo, por más de 26 años. Y ni hablar de la sorpresa que se llevan cuando relato mis historias de cuando no había inteligencia artificial, ni redes sociales, casi nada…

Muchos son incrédulos y no dan crédito a mis errores. Es como si estuviera revestido por un halo de perfección, de invulnerabilidad, pero no es así. Por fortuna, no es así. Lo que sucede, y es algo que aprendí de la sicología, es que los seres humanos no vemos la realidad como es, sino como la queremos ver, como deseamos que sea: vemos lo que nos gusta o lo que nos conviene.

Si eres un emprendedor que apenas comienza o uno que lleva pocos años, déjame decirte: si lo que te preocupa es el riesgo de fracasar, de cometer errores, estás a años luz de todos los que yo cometí. Y, con las herramientas, recursos, información y ayuda disponibles hoy, quizás nunca llegues a cometer tantos. Ojalá sea así, con la mano en el corazón deseo que sea así.

De nuevo, algo que quizás signifique romper un paradigma o un cambio de mentalidad: el camino al éxito (sea cual sea la idea que tengas de este) está tapizado con múltiples y, sobre todo, dolorosos errores. No podrás evitarlos, pero sí podrás aprovecharlos. Cuánto tiempo te tome llegar a la cima está determinado por tu capacidad para caer y volver a levantarte.

Si eres de aquellos que eluden las responsabilidades, que posan de víctimas, que se sienten incapaces de cumplir sus sueños, será un camino largo y, en especial, complejo. Malgastarás tus energías (así como tus recursos) y no lo disfrutarás. Te involucrarás en una riesgosa carrera contra el tiempo. ¿Cuál? La de saber cuánto resistirás antes de tirar la toalla.

La humanidad recuerda a Thomas Alva Edison, entre otras razones, como el inventor de la bombilla eléctrica. Sin embargo, el verdadero valor de su genialidad no radica en este o alguno otro de sus inventos que nos mejoraron la vida, sino en su capacidad para levantarse después de haber caído. Por si no lo sabías, él fue un maestro en el arte de fracasar.

“No he fallado 10.000 veces; he encontrado con éxito 10.000 formas que no funcionarán”, fue la magistral frase que inmortalizó. De eso se trata ser emprendedor. Por fortuna, a diferencia de Edison, que murió en 1937, cuando el mundo era muy distinto al actual, con tan solo unos pocos errores, quizás 10, obtendrás el aprendizaje valioso para cumplir con tus sueños.

Así mismo, el fracaso, por si no lo sabías, es una percepción. Es decir, se trata de una situación que no resultó como esperábamos y a la cual le colgamos una carga emocional. Cada uno le adjudica una distinta en función de su conocimiento, su experiencia, sus miedos, sus creencias, sus pensamientos y, por supuesto, su capacidad para aprender y seguir.

Lo que quiero que te grabes en la mente es que un fracaso, o una sucesión de fracasos, no te convierte en un fracasado. ¿Entonces? Solo eres un pichón de caso de éxito, o un caso de éxito que está en proceso, si así lo prefieres. Solo te conviertes en un fracaso definitivo en el momento en que decides renunciar a tus sueños, no volver a intentarlo, no levantarte más…

El estadounidense Henry Ford, otro de los modelos de éxito empresarial recurrentes, nos dejó la siguiente reflexión: “El fracaso es simplemente una oportunidad para comenzar de nuevo, esta vez de una manera más inteligente”. ¿Moraleja? Siempre es posible intentarlo otra vez, siempre es posible hacerlo mejor. La clave está en cuánto aprendas de tus errores…


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