¿Alguno de los días de tu vida ha sido exactamente igual a otro, al anterior? Antes de responder, por favor, repara en la palabra destacada: exactamente. Tómate unos segundos, sin afán. Estoy seguro de que no has vivido dos días iguales. ¿Y sabes por qué? Porque no los hay, porque cada día es único e irrepetible, más allá de que muchos son parecidos.

Te invito a esta reflexión porque la mayoría de los seres humanos somos dados a creer que, por aquello de la rutina que nos envuelve, tenemos una vida aburrida. Nos invade la sensación de que cada día es igual al anterior y la secuencia se repite sin cesar. Sin embargo, no es así. Siempre hay algo distinto, algo nuevo, algo que hace especial, único e irrepetible ese día.

Lo malo es que a veces, muchas veces, no nos damos cuenta. Estamos tan ensimismados por frenesí del día a día, tan desbordados por la histeria de la vida moderna, que no nos damos cuenta de que cada día es maravilloso, una oportunidad que jamás se dará de nuevo. Por eso, justamente por eso, me inquietan las personas que no viven la vida, sino que se dejan llevar por ella.

Como si la vida fuera un río caudaloso: se tiran al agua y dejan que la corriente las arrastre a su antojo, las lleve caprichosamente. El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que esa actitud pasiva es muy riesgosa porque en cualquier momento la corriente se intensifica y puedes ahogarte. El mensaje es claro: la vida no es vida de verdad si tú no tienes el control de ella.

Como prácticamente todos en Latinoamérica, durante mi juventud viví bajo la égida de mis padres. Eso es lo que nos enseñan, lo que se acostumbra. Más en estos países en los que la cultura patriarcal está tan arraigada. En mi caso, sin embargo, mis padres siempre me alentaron a tomar mis propias decisiones, me impulsaron a abrir las alas y alzar el vuelo.

Cuando las abrí, te lo confieso, sentí un miedo que jamás había experimentado. Pero fue algo temporal, un instante nada más, como cuando estás parado en el trampolín de 7 metros y tomas la última respiración antes de lanzarte a la piscina. Y el vuelo lo he disfrutado mucho, por fortuna, más allá de que he enfrentado fuertes turbulencias y alguno que otro huracán.

Cuando comencé, cuando mis alas se abrieron y mis pies se despegaron del suelo, no tenía un plan. Un sueño, sí, pero no un plan. Esa, seguramente fue la razón por la cual en esos primeros vuelos enfrenté tantas dificultades y cometí tantos errores. Luego, gracias al aprendizaje que surgió de esas equivocaciones y a las enseñanzas de mis mentores, aprendí el valor de los objetivos.

No tiene sentido que vueles si no sabes a dónde vas. Ningún avión alza vuelo sin saber cuál será el punto de aterrizaje, ningún barco zarpa si desconoce el puerto de atraque. Inclusive en esos tiempos en los que el mundo era un misterio prácticamente desconocido, los barcos tenían una hoja de ruta basada en la cartografía, que por supuesto no era muy exacta.

Recuerda, por ejemplo, que Cristóbal Colón partió del puerto de Palos de Moguer con la idea de ir a las indias y terminó del otro lado del mundo, en territorios que no se sabía que existían. Sin embargo, tenía un objetivo establecido, que finalmente fue el combustible que alimentó la ilusión de esa quijotesca travesía que significó cruzar el océano Atlántico por allá en 1492.

Ahora, hay otra arista: las creencias. Que no las voy a discutir, ni a controvertir o descalificar. Todas son respetable y solo cada uno puede tomar la decisión de cambiarlas, de revaluarlas. Lo que sí te puedo decir es que no creo en aquella creencia de que llegamos a este mundo con un plan ya establecido, lo que comúnmente llamamos destino. Creo que el destino lo construimos.

Y esa posibilidad, ese privilegio del que goza cada ser humano, es lo que, a mi juicio, le da sentido a la vida, hace que valga la pena. Porque, ¿qué sucede si ese plan no te agrada? ¿Si en algún punto del camino decides cambiar el rumbo o quieres establecer un plan distinto, cómo lo harías? O, más bien, ¿estaríamos condenados a seguir ese plan al pie de la letra?


establecer-objetivos

El ser humano posee el poder ilimitado de conseguir lo que desea, si sabe cómo hacerlo.


Cualquier ser humano está en capacidad de construir una vida extraordinaria. No requieres un don o que te hayan concedido un privilegio especial. ¿Cómo lograrlo? La clave está en el paso a paso, en establecer objetivos que se transformen en hábitos. Te revelo 5 claves.


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No soy dueño de la verdad (por fortuna) y solo puedo compartir contigo mi experiencia, lo que la vida me ha enseñado. Y la vida me enseñó que soy el dueño de eso que llamamos destino y que tengo la maravillosa capacidad, el inmenso privilegio de cambiarlo a mi libre albedrío. Que incluye el riesgo de equivocarme, pero también la posibilidad de corregir y volver a comenzar.

Con orgullo y satisfacción, puedo decirte que, a pesar de tantos tropiezos, de tantos errores (alguno de ellos, groseros), soy feliz con la vida que he construido. Que es como un proyecto en obra, porque no concluye, no está terminado. Soy feliz porque hago lo que me gusta, porque amo lo que hago, porque la vida me ha concedido privilegios y beneficios increíbles.

Ahora, por favor, no creas que lo he logrado porque soy alguien extraordinario. Si me conoces, sabes que soy un tipo común y corriente, como tú, como cualquiera. Lo único extraordinario que he hecho es tomar el control de mi vida y cumplir los objetivos que me propuse. La mayoría de ellos, al menos. Y lo mejor, ¿sabes qué es lo mejor? Tú también puedes lograrlo.

¿Cómo? Veamos algunos tips que a mí me funcionaron:

1.- Sal de tu zona de confort.
Dolerá, te lo aseguro, pero también valdrá la pena. La zona de confort, lo he dicho otras veces, es el cementerio de tus sueños. Mientras permanezcas allí, nada extraordinario sucederá en tu vida, te perderás lo mejor que ella tiene reservado para ti y no podrás aprovechar los grandes privilegios que se conceden a quienes asumen riesgos y toman el control de su vida.

2.- Confía en ti.
Una de las principales razones por las que la mayoría de las personas elige dejar que la vida transcurra es porque temen equivocarse. El miedo al error las paraliza, les arrebata la confianza y la petrifica. Entonces, se imponen límites que en la práctica son obstáculos infranqueables y, lo peor, se conforman con una vida que no disfrutan, que no quieren.

3.- Establece objetivos.
No uno solo, porque si no lo consigues todo se vendrá abajo. ¿Qué tal uno por actividad o rol? Laboral, personal, sentimental, en fin. Y divídelo en pequeñas metas a corto plazo que, además, sean medibles. Como si fuera un largo viaje con muchas escalas que te permiten descansar, cambiar de ambiente, tomar un respiro, conocer personas. Pequeñas metas.

4.- Establece hábitos.
Uno de los beneficios de establecer objetivos claros divididos en pequeñas meta es que, en virtud de la repetición de comportamientos, construyes hábitos. Y los hábitos, seguro lo sabes, son patrones de comportamiento. Si construyes los hábitos adecuados, si no te dejas vencer por las dificultades, tarde o temprano te darás cuenta de que tus logros son extraordinarios.

5.- Pierde el miedo al fracaso.
Nos han enseñado que el fracaso es la otra cara de la moneda del éxito. Sin embargo, no es así, eso no es verdad. La verdad es que eso que llamamos fracaso es un ingrediente del éxito. O, de otra forma, no es posible el éxito si antes no hubo fracaso. ¿Por qué? Porque este es el que incorpora el aprendizaje más valioso, las lecciones más importantes para llegar al éxito.

Recuerda: ningún día de tu vida fue exactamente igual a otro. Cada uno es único, irrepetible y especial, si así lo decides. No creo que hayamos llegado a este mundo con un plan definido, pienso que eso que llamamos destino es un objetivo que cada uno puede construir a su antojo. Y estoy completamente seguro de que la vida es una aventura, un riesgo, que bien vale la pena vivir.

Cumplir tus objetivos te enseñará lo poderoso que eres, sin importar cuán ambiciosos hayan sido estos. Conquistar las pequeñas metas y alcanzar los objetivos que te propones a la larga se convierte en un vicio, en un vicio positivo: obtenido uno, vas por el siguiente. Y no quieres detenerte, porque te das cuenta de un objetivo cumplido es el combustible del siguiente.

El gran secreto para convertir tus sueños en realidad, y disfrutarlos, es establecer objetivos que puedas cumplir paso a paso, en pequeñas metas. Créeme: no hay nada que te impida lograrlo, no es un don o una cualidad concedida a unos pocos. Es el poder ilimitado con que cuenta el ser humano, la capacidad de lograr lo extraordinario sin hacer nada extraordinario.