¿Un auto nuevo? ¿Vacaciones en la playa? ¿Una casa más grande y con una piscina? ¿Ropa y zapatos de moda? ¿Acciones en la bolsa de Nueva York? O, más bien, ¿un beso y un abrazo de tu hijo? ¿Una tarde de sonrisas y recuerdos con tus amigos de la infancia? ¿Un paseo por la montaña con tu pareja y tu mascota? ¿La gratitud de las personas a las que tuviste el privilegio de ayudar?

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En el pasado, en el siglo pasado, hacer negocios era consumar una transacción: el productor/vendedor entregaba un producto/servicio a cambio del dinero de su cliente. The End, se acabó la película. Sin embargo, ya no es así. De hecho, desde hace varios años no es así, solo que el mercado es diverso y algunas empresas y negocios no se mueven a paso paquidérmico.

Son, por supuesto, las empresas y negocios que están seriamente amenazados, destinados a desaparecer en los próximos años (¿o meses?) porque ya no están conectados con sus clientes, porque ya no están preparados para satisfacer las necesidades de sus clientes. Pero, sobre todo, porque no pueden brindarles a sus clientes una experiencia que los enamore y fidelice.

Hoy, en el presente, en el siglo XXI, hacer negocios significa establecer una relación entre dos seres humanos, basada en la confianza y la credibilidad, en la identidad de valores y principios y del propósito de vida, con el fin de realizar un intercambio de beneficios. Algo ha cambiado, ¿cierto? La verdad es ¡TODO HA CAMBIADO!, ya nada es igual y, por eso, empresas y negocios deben cambiar.

La revolución digital, origen de esta drástica transformación, llegó acompañada por una variedad de herramientas y recursos que, literalmente, nos cambiaron la vida. Conexiones wifi, teléfonos inteligentes (¡muy inteligentes!), dispositivos móviles, big data, inteligencia artificial, mensajería instantánea, transmisiones en vivo (webinars, streaming) y chatbots, entre otros. ¡Wooowwww!

Ya es posible gestionar los electrodomésticos de la cocina a través del celular, algo que recuerdo veíamos con incredulidad y risas en series de dibujos animados como Los Picapiedra. Hablamos de una generación digital, las personas nacidas desde el 2000, pero a todos, absolutamente a todos, nos tocó hacer el curso acelerado para evitar que esta cambiante tecnología nos atropelle.

Sin embargo, nos atropella. En especial, a quienes todavía no entendieron cuál es la esencia de los negocios hoy y continúan empeñados en vender productos y servicios, es decir, en realizar simples transacciones monetarias. Y siguen empeñado en vender, solo en vender, sin darse cuenta de que el mejor negocio del mundo es servir. ¿Y sabes por qué lo hacen? Porque se enfocan en el dinero.

Sí, son personas y empresas a las que lo único que les interesa es llegar a diciembre con balances positivos, con ganancias jugosas. Les preocupa solo el resultado y desprecian el proceso, a quienes son parte del proceso. Y está bien, es una alternativa válida, respetable. Pero, te aclaro que voy por otra ruta, que fruto de lo que aprendí de mis padres y de mis mentores, busco otros objetivos.

¿Cuáles? El primero ya lo mencioné: servir. También, transformar vidas, ayudar a otros a cristalizar sus sueños, construir un mundo mejor y más amigable para todos. Poner al servicio de otros mi conocimiento, mi experiencia, mis dones y talentos, mi pasión y mi vocación, para que juntos podamos construir una vida mejor, para que les demos a nuestras familias el bienestar que merecen.

Y, créeme, el dinero llega, claro que llega. No soy multimillonario y no tengo la vida resuelta, pero no es algo que me preocupe porque no es lo que busco. Sí quiero darles a mis hijas el bienestar que les permita desarrollarse en un ambiente propicio. Sin embargo, me lo que me apasiona es el legado que puedo sembrar: tener el honor y privilegio de vivir la aventura de transformar vidas.

Y, créeme, eso vale mucho más que el dinero. Por eso, más que millonario puedo decir que soy bendecido, muy afortunado. Y esa es también la razón por la cual me levanto cada día con la misma pasión del primer día, con las mismas ganas del primer día. Para mí, un cliente no es un número más, un registro en la base de datos, sino una oportunidad de vida, un propósito.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Dar más de lo que ofreces: es es el secreto para enamorar a tu cliente.


Hoy, en el siglo XXI, hacer negocios consiste en establecer una relación entre dos seres humanos, basada en la confianza y la credibilidad, en la identidad de valores y principios y del propósito de vida, con el fin de realizar un intercambio de beneficios. La clave, entonces, está en la experiencia.


Así, entonces, lo que me apasiona es la experiencia que puedo vivir en esa relación de intercambio de beneficios con mi cliente, contigo. Me interesa lo que puedo aprender de ti, lo que estoy en capacidad de enseñarte y, sobre todo, lo que podemos construir juntos. Me obsesiona el proceso, el cómo, no el final, estrictamente el resultado. Quizás suene algo romántico, pero mal no me va.

Diferentes estudios, y especialmente la realidad del mercado, nos dicen que más que precios bajos o productos/servicios de calidad (lo cual se da por descontado), los consumidores quieren, exigen, experiencias enriquecedoras, emocionantes, inspiradoras y que, en especial, estén conectadas con su propósito de vida, con aquello en lo que creen. Solo están dispuestos a negociar con esas marcas.

Si alguna vez compraste uno de los cursos presenciales o virtuales habrás comprobado que una de las premisas que me distingue se cumple al ciento por ciento. ¿Cuál? La de dar efectivamente más de lo que ofrezco. Más contenido, más bonos, más herramientas, más conocimiento, más contactos. Pagas por 10, pero al final lo que recibes es 100, 500 o 1.000. ¡Un gran negocio!

Una experiencia satisfactoria, que logre conectar con las emociones de tu cliente y que le brinde más de lo que esperaba es el mejor ROI (retorno a la inversión) posible. Hoy, no lo olvides, ya no existen aquellos clientes de para toda la vida: son depredadores de ofertas, de oportunidades y, sobre todo, de experiencias. Solo quieren estar con las marcas que los hacen sentir bien.

Cueste lo que cueste, en términos económicos. Y, por si te quedan dudas, te comparto un dato muy interesante: según el Global Monitor de la consultora Kantar, “el 90 % de la gente da más importancia a las experiencias que a las posesiones en sus vidas personales”. ¿Lo ves? Ya no se trata de productos, ni de transacciones monetarias, sino de experiencias, de vivencias.

Y eso solo se consigue cuando hay coherencia en la experiencia. ¿Sabes a qué me refiero? La experiencia es hoy el diferencial más importante y, por eso, debe estar en concordancia con tu propósito, tus principios y valores y, más que nada, con tus acciones y decisiones. Que lo que haces esté conectado con la forma en que piensas y esto, con aquello que sientes.

La clave está en cumplir lo que prometes, en primer término, y en dar más de lo que ofreces. No solo en el momento de la venta, sino a lo largo del proceso y, sobre todo, después de la venta. Que tu cliente sepa que estás en disposición de darle más y más, aunque no te esté vendiendo nada, solo porque le interesas tú como persona, porque le interesa tu bienestar, tu transformación.

De la misma manera que a ti te impacta más un beso y un abrazo de tu hijo, una tarde de sonrisas y recuerdos con tus amigos de la infancia, un paseo por la montaña con tu pareja y tu mascota o la gratitud de las personas a las que tuviste el privilegio de ayudar, lo que tu cliente busca es aquello que le permita transformar su vida, generar mayor bienestar, fruto de una experiencia inigualable.