Una de las creencias limitantes que hemos incorporado desde pequeños es aquella de que el miedo nos paraliza. De hecho, nos enseñan a jugar con el miedo y a sentirlo, a experimentar su fuerza. O nos infunden miedo queriéndonos enseñar el respeto, por ejemplo. Lo cierto es que desde niños nos acostumbramos a convivir con el miedo, lo incorporamos en nuestra vida.

El miedo es algo natural del ser humano, parte de su naturaleza, pero también es algo aprendido. En el primer caso, está bien; en el segundo, está mal. Está bien si les tienes miedo a las alturas; está bien si les tienes miedo a las fieras salvajes; está bien si les tienes miedo a las altas velocidades en la montaña rusa; está bien si les tienes miedo a caminar en la oscuridad del bosque.

El miedo, en su manifestación positiva, es como una voz de alerta, una lucecita de emergencia que se prende y nos indica que estamos en riesgo, que algún peligro nos acecha. Funciona así para que afinemos los sentidos, para que estemos atentos y podamos asumir el control de la situación. En otras palabras, es una voz interna que nos pide que tomemos precauciones para evitar malestares.

Está mal el miedo confundido con respeto, por ejemplo, por el exceso de autoridad de tu jefe en el trabajo. Está mal el miedo a las conductas violentas de tu pareja. Está mal el miedo que inspiras en los niños cuando eres incapaz de controlarlos y los sometes con gritos y regaños. Está mal el miedo que surge de tus creencias limitantes, que te llena de inseguridad y te impide entrar en acción.

El miedo aprendido, el negativo, suele convertirse en un obstáculo insalvable, en el peor de los enemigos. Es, de hecho, una de las razones por las cuales muchos emprendedores capacitados, con talento y con buenas ideas jamás consiguen dar el primer paso, o se equivocan una y otra vez. Por el miedo al qué dirán, por miedo a ser desaprobados por otros, por miedo a fracasar.

A diario, en mi trabajo me encuentro con personas que, literalmente, están congeladas por el miedo. No se atreven a mover un dedo, para evitar las consecuencias de sus actos. No se atreven a salir de la zona de confort, para evitar enfrentarse a la dureza de la realidad. No se atreven a ir en busca de sus sueños, y prefieren resignarlos, para evitar que otros los juzguen y los condenen.

Son sólidas barreras mentales, creencias limitantes muy fuertes capaces de dar al traste con las ilusiones, con los sueños, con las oportunidades. Cuando permites que esos miedos te dominen, tu vida se convierte en un cruel campo de batalla: quieres, pero no puedes; buscas, pero no encuentras. Y así se te pasa la vida, lleno de miedo, y no avanzas porque estás paralizado.

¿Cómo quieres avanzar, si ni siquiera lo has intentado? Cada vez que formulo esa pregunta, recibo una mueca de desaprobación. “No, Álvaro, sí lo he intentado, muchas veces. Pero, no puedo”, me dicen. La verdad, no son razones, sino puras excusas, justificaciones que nos enseñaron desde que éramos niños y que aplicamos al pie de la letra. Son, simplemente, manifestaciones del miedo.


Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

El día que tomes las riendas de tu vida y tomes acción, lograrás lo que deseas.


El temor al fracaso y al qué dirán los demás, la resistencia al cambio, la comodidad de la zona de confort y las creencias limitantes que nos enseñaron desde cuando éramos niños son los obstáculos más frecuentes en el camino de un emprendedor. A la hora de la verdad, no son más que excusas, manifestaciones del miedo que te paraliza e impide que luches por tus sueños.


Acá de comparto las cinco más comunes, las que te paralizan y evitan que consigas lo que quieres:

1) No tengo tiempo: la excusa más fácil. Siempre estamos ocupados, pero siempre nos quejamos de que tenemos tiempo para lo que deseamos. Si otros pueden, ¿por qué tú no? El día tiene las mismas 24 horas para todos, solo que unos saben aprovecharlas y otros, no. Es cuestión de fijar las prioridades, de establecer objetivos, de trazar un plan y seguirlo. Y siempre, siempre hay tiempo.

2) No tengo dinero: no se necesita ser multimillonario para comenzar un negocio. De hecho, son muchos los casos de emprendedores que alcanzaron el éxito después de haberse iniciado con lo estrictamente básico. Toma un préstamo, haz uso de la hipoteca de tu casa, asóciate con alguien que tenga el dinero, en fin: hay muchas alternativas. Lo importante es dar el primer paso.

3) No es el momento adecuado: ¿y eso cómo lo sabes? ¿Cómo sabrás cuándo sí es el momento adecuado? Esa es una mentira, porque el mejor momento para comenzar es hoy. Siempre habrá dificultades, tropiezos, caídas, fracasos. Si aprendes de ellos, pronto podrás superarlos y avanzar hacia la meta que te fijaste. Empieza, o te arrepentirás de ni siquiera haberte dado la oportunidad.

4) No estoy preparado: ¿qué te hace falta? ¿Conocimiento? ¿Experiencia? Ambos se adquieren en el camino. Por mucho conocimiento que poseas, nada ni nadie te garantiza el éxito. Por mucha experiencia que hayas acumulado, nadie te garantiza que no fracasarás. ¿Entonces? ¿Esperas la aprobación de otros? Cada día es una oportunidad y si la dejas pasar no la recuperarás jamás.

5) No me brinda confianza: es cierto que internet está lleno de amenazas, de inescrupulosos que solo están interesados en tu dinero. Sin embargo, hay muchas personas honestas, responsables, con vocación de servicio y voluntad para ayudarte. Pregunta, investiga, busca referencias de clientes de quien te ofrece sus servicios. Prueba, que echando a perder se aprende.

El poder de la mente es ilimitado y, si la programas para el SÍ PUEDO, seguro podrás. La mayoría de las personas se queda enredado en alguna de las cinco excusas que expuse (o en todas) y no consigue avanzar. Solo unos pocos, lo que se atreven a retar a la vida, los que ponen a prueba su capacidad de lucha, consiguen lo que desean. ¿Cómo sabes que no puedes, si todavía no lo intentas?