Muchas veces decimos que la vida y los negocios transitan por el mismo camino, y de cierta forma es así. Si tu vida es un desastre, así será tu negocio; si tu vida está llena de miedos, tu negocio nunca arrancará; si tu vida es feliz y tranquila, eso se reflejará en tu negocio. Sí, es cierto, la mayoría de las veces es una ecuación, pero hay alguna excepción.
¿Sabes cuál es? La etapa de la infancia. Si tú eres padre, me entenderás a la perfección: más allá de las dificultades de la crianza, uno daría lo que fuera porque sus hijos nunca salieran de ese estado, que no crecieran. La infancia es pura magia, pura inocencia, pura alegría, puro aprendizaje. Es, seguramente, el período de la vida en el que somos más felices.
Es una verdad que, en todo caso, encierra una contradicción, porque mientras disfrutamos esos momentos de la infancia, mientras queremos que sean eternos, también nos invade otra sensación, una angustia. ¡Sí, esa que estás pensando! La de ver crecer a nuestros hijos, verlos desarrollarse, verlos cumplir sus sueños, verlos ser felices en su propia vida.
Con los negocios, no cabe duda de que el período más apasionante es esa infancia. Imaginarlos, proyectarlos, estructurarlos, levantarlos, ponerlos a funcionar. Una especie de gestación y alumbramiento que nos generan sentimientos inolvidables, porque significan la realización de nuestros sueños, el final de un camino habitualmente difícil.
Sin embargo, una vez que el negocio abre sus puertas o comienza a recibir visitantes en la página web, ocurre un fenómeno contrario al de los hijos biológicos: ansiamos que crezca, que se desarrolle, que se multiplique, que madure y dé frutos. ¡No disfrutamos la infancia de nuestro negocio, queremos que llegue rápido a la adolescencia y siga de largo!
Las cifras de los estudios y de los expertos que uno encuentra en internet sobre el tema son variadas, pero contundentes: al menos la tercera parte (el 75 por ciento) de los negocios fracasan en los dos primeros años de vida porque sus dueños no tuvieron la paciencia suficiente, porque exigían excelentes resultados inmediatos.
En otras palabras, se saltaron la infancia, no la disfrutaron, los quisieron madurar biches. En la vida real, una de las dificultades que debemos sortear cuando somos padres es que nadie nos enseña cómo serlo, no hay un libreto que diga cómo debe ser la crianza. Si bien hay patrones que se repiten, cada hijo implica un proceso distinto.
Paciencia y más paciencia
Y en esa palabrita, ‘proceso’, radica la clave. En los negocios, en cambio, sí hay múltiples teorías, metodologías y experiencias que documentan cómo debe llevarse a cabo esa infancia de tu creación. Sin embargo, no hacemos caso, la pasamos por alto. Ese es uno de los errores más frecuentes de los emprendedores, y uno de los más costosos.
He visto muchos negocios con gran potencial, tanto en internet como fuera de la red, que fracasaron porque sus dueños no tuvieron paciencia. Es cierto que las necesidades económicas apremian, que queremos recuperar la inversión inicial tan pronto como sea posible, pero acelerar el proceso es cortarles las alas a tus sueños.
¿Cómo evitar que ocurra? Primero, hay que entender que, como la vida misma, el desarrollo de tu negocio es un proceso. Y proceso significa el desarrollo de diversas etapas de crecimiento, de aprendizaje, de consolidación. No hay una fórmula exacta: cada negocio es un caso particular, y solo el mercado te dirá cuál es el tiempo requerido.
Segundo, en el proceso de planeación de tu negocio, debes tener en cuenta que esos primeros meses (¿años?) puede resultar duros y, entonces, necesitas contar con fondos adicionales, con un plan de contingencia que te permita subsistir sin riesgo de desaparecer. Fija metas realistas, quizás conservadoras, y sé prudente en los gastos.
Tercero, enfócate en lo importante. No te distraigas con la competencia, con el mercado, con las métricas. En esa infancia de tu negocio, lo principal es hacerlo sostenible, sentar las bases para que crezca y se desarrolle, para que se multiplique. Ten paciencia: es mejor ir lento por un camino seguro que acelerar, salirte del camino y rodar por un abismo.
Consejo: disfruta la infancia de tu negocio, como lo haces con la de tus hijos. Procura crear el ambiente propicio para que crezca sin traumatismo, y déjalo ser autónomo. Tu labor como padre es darle las herramientas para que llegue a ser un adulto útil y feliz, próspero y fecundo. Así es en la vida, así es en los negocios… Hasta pronto.
Excelente reflexión, que manera genial de hacer entender algo tan real. La verdad no lo había pensado así.
Que buen articulo Alvaro, tambien tengo hijos (4) de distintas edades, y el proceso de cada uno es distinto y muy variado. En los negocios, sobre todo en Internet, veo que no disfrutamos de la infancia ni tenemos la paciencia para esperar a que maduren, por la cantidad de gurus farsantes que te venden la idea de hacer dinero mientras duermes, con este sistema trabajaras xyz horas semanales y te haras millonarios… sin mencionar los que dicen, como hacer 20tantos de miles de dolares en 15 dias con poco esfuerzo….
Aun, por suerte quedan gurus o empresarios con experiencia en el campo del marketing y los negocios por Internet que nos ayudan a abrir los ojos, tu heres uno de ellos Alvaro.
Gracias!