Es el gran clásico de la literatura infantil en la historia, pero también el tercer libro más vendido de todos los tiempos después de la Biblia y de El Capital, de Carlos Marx. Lo más impactante, sin embargo, es que a medida que pasan los años, El Principito incrementa su leyenda y nos ofrece lecciones más diversas, más profundas.

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Los libros tienen un encanto increíble. Son un universo inagotable de aventura, conocimiento y experiencias para cada lector. Una premisa que, sin embargo, con El Principito cobra una dimensión distinta, porque cada vez que se relee, completo o solo un aparte, hay un nuevo sentido, un nuevo aprendizaje.

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Antoine Saint-Exupéry fue un apasionado de la aviación y murió en un accidente.

Es difícil encontrar una obra que haya sido analizada, desmenuzada e interpretada de tantas maneras diferentes como este clásico de clásicos escrito por el francés Antoine Saint-Exupéry. La versión original se publicó el 6 de abril de 1943, ha sido traducida a más de 250 idiomas y dialectos, ha vendido más de 140 millones de copias y no envejece.

La publicación de este libro, así como la vida de su autor, está llena de curiosidades, de contradicciones. Por ejemplo, fue publicado simultáneamente en francés, el idioma en que fue escrito, y en inglés, porque en ese entonces Saint-Exupéry vivía en Nueva York (EE. UU.). Sin embargo, los galos solo pudieron leerlo tres años más tarde, cuando terminó la ocupación nazi.

Irónicamente, así mismo, el autor no pudo disfrutar de las mieles de su éxito, pues falleció poco más de un año después de la publicación. Su muerte estuvo rodeada de misterio hasta hace poco, inclusive, porque solo en 2000 se encontraron los restos del avión en el que viajaba en la primavera de 1944. Un hecho que, sin duda, condimentó la leyenda.

Y esa, precisamente, es la razón por la cual traigo a colación el tema en esta ocasión: los seres humanos nos desvivimos por alcanzar el éxito, pero este, como una dama caprichosa, aparece cuando quiere. Dicho de otra manera: la mejor forma de alcanzar el éxito es no buscarlo, no obsesionarse con él, porque el éxito no es un resultado, sino una consecuencia.

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Un clásico de la literatura infantil que encanta a todos.

Saint-Exupéry ya era exitoso antes de publicar El Principito. En 1928 había publicado Correo del sur y luego, en 1931, apareció Vuelo nocturno, que tuvieron gran suceso. Estas dos novelas están inspiradas en sus aventuras como aviador. Se había hecho piloto a comienzos de los años 20, mientras cumplió el servicio militar en Estrasburgo.

Nacido el 29 de junio de 1900 en el seno de una familia aristocrática de Lyon, tuvo una infancia feliz, sin mayores dificultades, aunque marcada por la prematura desaparición de su padre. Quiso ingresar a la escuela naval y, como no lo aceptaron, se encarriló por sus otras pasiones: el arte y la arquitectura. Primera lección.

Un aventurero

Muchas veces, los humanos nos casamos con un sueño y cuando no se realiza preferimos morirnos con él, como si la vida se acabara. Saint-Exupéry, en cambio, nos enseñó que un sueño no cumplido no es un fracaso, tampoco el final de la vida. Es, simplemente, un aviso del destino, que nos quiere llevar por el camino en el que encontraremos felicidad y satisfacciones.

A mediados de los años 20, entró a trabajar en la empresa Latecoere, que después se transformaría en Aeropostale. Transportaba correo entre Toulouse y Senegal. En 1929, sin embargo, su vida cambia de rumbo: se instala en Buenos Aires (Argentina), como director de Aeroposta Argentina. Y allí conoce a Consuelo Suncín, una millonaria salvadoreña, su esposa.

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‘El Principito’ nos deja grandes lecciones para la vida y los negocios.

En apariencia, la fortuna y la felicidad lo perseguían, pero no era así. En 1932, Aeropostale quebró y Saint-Exupéry recibió otro guiño de la vida: se dedicó al periodismo y a la escritura, oficios por los que pasó a la historia. Segunda lección: un fracaso no es más que una puerta que se abre, la de las oportunidades. La aviación, en todo caso, continuó como una afición.

Fue piloto de pruebas y sufrió varios accidentes, dos de los cuales casi le cuestan la vida. El primero, en el desierto egipcio, en 1935, una aventura que según los analistas inspiró la creación de El Principito, y otro en Guatemala, en 1938. Pero la Segunda Guerra Mundial cambió sus planes: lo obligó a emigrar a este lado del Atlántico.

Tras poco más de dos años, y con El Principito en manos de los lectores, regresó a Europa. Estuvo vinculado a un escuadrón de los aliados, una experiencia poco agradable. Con 44 años y magulladuras múltiples producto de sus constantes accidentes, el propio Charles de Gaulle lo mandó a la picota pública al decir que apoyaba a Alemania.

Eso lo llevó directo al alcoholismo, tercera lección: la vida es cíclica, sube y baja, y por muy alto que hayamos llegado en cualquier momento nos enfrenta de nuevo a la adversidad. Faltaba, sin embargo, la última prueba: el 31 de julio de 1944 emprendió un vuelo de reconocimiento sobre el río Ródano, en los Alpes suizos, y nunca regresó.

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La amistad, uno de los principales valores de ‘El Principito’.

Su avión desapareció misteriosamente de los radares, y debió pasar más de medio siglo antes de que lo encontraran. Ocurrió el 23 de mayo de 2000, cuando los restos de la aeronave fueron encontrados cerca de la isla de Riou, al sur de Marsella (frente al Mediterráneo). Fueron recuperados en octubre de 2003, pero el motivo del accidente no fue establecido.

Han pasado más de seis décadas desde ese trágico desenlace y la historia no ha hecho algo distinto a enriquecer la leyenda de Saint-Exupéry. Catalogado como un libro infantil, El Principito se ha erigido en una fuente de inspiración y de reflexión para el público de todas las edades.

Una filosofía simple, expresada en frases sencillas, de las cuales preparé la siguiente elección, las que encontré más enriquecedoras y aleccionadoras:

1) Perseverancia: “Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños solo porque uno de ellos no se cumplió”.

2) Amistad: “No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero, yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo”.

3) Sabiduría: “Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo, eres un verdadero sabio”.

4) Fe: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

5) Amor: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo empezaría a ser dichoso”.

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En el corazón, todos llevamos un Principito soñador.

6) Sacrificio: “Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos”.

7) Sensatez: “Se debe pedir a cada cual lo que está a su alcance realizar”.

8) Empoderamiento: “Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer”.

9) Enfoque (atención): “No se debe nunca escuchar a las flores. Solo se las debe contemplar y oler. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no era capaz de alegrarme de ello”.

10) Pasión: “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”.

En cada uno de nosotros, sin importar lo que hagamos, hay un Principito, un Antoine Saint-Exupéry, un soñador. La vida real, tal y como lo cuenta el libro, está llena de amarguras y dificultades, pero también de logros y satisfacciones. El éxito consisten, entonces, en superar aquellas y disfrutar estos. Así de simple, así de difícil.