Aprender de los errores es lo que, en muchas ocasiones, marca la diferencia entre aquellos que logran el éxito y alcanzan sus metas, y los que se quedan a mitad del camino, los que tiran la toalla. Debemos aprender a lidiar con el error, a gestionarlo y aprovecharlo para evitar cometer aquellas graves equivocaciones que dan al traste con tus sueños. Acá te menciono 5.
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“Errar es de hombres, corregir es de sabios”. Esta es una frase, que algunos atribuyen al poeta inglés Alexander Pope, que vivió en los siglos XVI y XVII, que me encanta y que, sobre todo, me ha sido muy útil en mi oficio como emprendedor. Tanto para entender y aceptar la naturaleza de una labor en la que se cometen muchos errores, como para entender, aceptar y ayudar a otros.
Lo sé, como una persona común y corriente y como sicólogo profesional, que uno de los principales obstáculos que enfrentamos en la vida y en el trabajo, sea lo que sea a lo que nos dediquemos, es lidiar con el error, convivir con él. Si lleváramos una contabilidad, estoy seguro de que estableceríamos que lo que más veces hace el ser humano en su vida es equivocarse.
Erramos todo el tiempo, aunque a veces ni nos damos cuenta. En situaciones sencillas, en otras más importantes, trascendentales. Sin embargo, nunca (o casi nunca) aprendemos a gestionar las equivocaciones y, lo más grave aún, es que ni siquiera entendemos que detrás de cada error hay un aprendizaje valioso. Entonces, nos enfocamos en lo negativo y reforzamos el error.
A todos nos ha sucedido que conocemos a alguien especial, que nos llama la atención y queremos incorporar en nuestra vida. A veces, nos cuesta ganar su confianza y hacerle ver cuáles son nuestras intenciones, pero de tanto perseverar lo logramos. Con el tiempo, establecemos una relación y nos sentimos felices por lo positivo y constructivo que aporta a nuestra vida.
Este es un problema con un origen complejo, porque lo aprendemos en casa, por cortesía de nuestros padres, y mayores, o fuera de ella, por cuenta de maestros y amigos. Se trata de las creencias limitantes en el sentido que errar está mal, que equivocarnos nos hace inferiores a otros, que errar es de perdedores, que equivocarnos es una conducta que merece castigo.
Y no es así, por supuesto que no es así. O, mejor, no debería ser así. El error, nos guste o no, es inherente al ser humano. Así como hay día y noche, sol y luna, luz y oscuridad, también hay aciertos (o éxito) y errores (o fracaso). No son extremos viciosos, ni polos que se repelan: son, simplemente, las dos caras de una moneda que se llama vida, dos miradas a la misma realidad.
Por esa programación que hicieron en nuestro cerebro, por esos mensajes que se grabaron en nuestra mente, estamos convencidos de que el error es malo. Y, pobrecito él, lo juzgamos mal. De hecho, te lo confieso con la mano en el corazón, no sé qué habría sido de mi vida sin los errores que cometí, sin los que cometo cada día, que son la mayor y más rica fuente de aprendizaje.
En todos los aspectos y actividades de la vida. En el trabajo, en las relaciones personales, en la relación conmigo mismo, en la relación con el entorno y el mundo que me rodean. Cuán sabios seríamos los seres humanos si le quitáramos al error la carga negativa que le adjudicamos y lo viéramos como una oportunidad, como una lección. ¡Necesitamos ser amigos de los errores!
Con esto que acabo de mencionar no quiero decir que debemos ser tolerantes con el error, o que tengamos al error como la excusa perfecta. No, de lo que se trata es de entender que el error no es más que un aviso, un llamado de atención, una alerta de la vida para que seamos cuidadosos, para que aceptemos que nos faltan conocimiento y experiencia, que vamos por un mal camino.
Como cuando eras un chico y desobedecías a mamá en casa. No solo te ganabas su reprimenda, sino que también tenías que soportarla varios días con la cantaleta del “Yo te lo advertí”, “Te dije que no hicieras eso”, “Tú nunca me haces caso” y otras frases célebres que todos conocemos. En la vida, el error es tu mamá, es la voz que te previene, que intenta protegerte, pero no la escuchas.
Y en los negocios es lo mismo. No me canso de emitir alertas, de dar consejos, de hacer llamados de atención, y la mayoría de las personas mira para otro lado o, simplemente, hace caso omiso de ellos. Y después se equivocan, después se quejan, después claman ayuda a gritos, a sabiendas de que lo hubieran podido evitar. Por eso, hay que insistir, hay que persistir, hay que resistir.
Estos son cinco garrafales errores que muchos emprendedores cometen por no atender las alertas:
1.- Quieren ser una navaja suiza. ¿Sabes a qué me refiero? A que se empecinan en hacerlo todo, en ser toderos, en querer asumir todas las tareas. Y no es posible, hoy ya no es posible. Y, además, tampoco es conveniente. Cuando comencé en los negocios, hace más de 20 años, no había otra opción, porque no había gente preparada, ni herramientas, pero hoy es una penosa necedad.
Uno de los grandes beneficios de la tecnología es que puedes apoyarte en otras personas sin que estén a tu lado, en tu oficina o en tu casa, sino del otro lado del mundo, en la playa. Valerse del conocimiento, del talento y de las habilidades de otros es imprescindible y, sobre todo, rentable. Así, tú puedes dedicarte a lo más importante: a las estrategias de marketing, a tus clientes.
2.- Improvisan sin sonrojarse. Como se dejan meter en la cabeza ideas del estilo de que la riqueza está a un clic de distancia, creen que hacer negocios por internet es fácil. Y no te voy a decir que es algo muy complicado, una ciencia, pero debo repetir que requieres conocimiento en varias áreas, que necesitas aprender de estrategias, de ventas, de atención al cliente, de servicio posventa.
No entienden que se trata de un proceso y se concentran en los resultados, que a veces tardan, que a veces no llegan. Y se desesperan. Entonces, eligen el camino fácil, el atajo peligroso: se dan a la tarea de improvisar, de ejecutar sin planear; sus acciones son descoordinadas, aisladas, y así el eventual impacto se pierde por completo. La improvisación es la puerta que lleva al desperdicio.
3.- Ni muy muy, ni tan tan. Como es probable que no hicieron la tarea de investigar el mercado, convencidos de que tenían el producto perfecto (que no existe), no sabes quiénes son sus clientes, no saben cómo son sus clientes. Desconocen su dolor, sus motivaciones, sus preocupaciones y sus hábitos, así que cuando intentan comunicarse con el mercado su mensaje se pierde en el vacío.
Y, abrumados, improvisan: publican contenido en todas las redes sociales, sin saber en cuál de ellas están sus clientes. Publican todos los días, pero se dan cuenta de que nadie abre sus correos o ve sus posts; publican una vez a la semana, y no logran llamar la atención de nadie. Otro error es creer que con automatización solucionan el problema y no es cierto: los bots no hacen milagros.
4.- Prometer lo que no pueden cumplir. Este es el acabose. Como nada de lo que hicieron dio el resultado esperado, se tiran desde lo más alto de un precipicio: prometen algo que no pueden cumplir, convencidos de que de esa forma van a atraer la atención del mercado. Y, sí, a veces caen algunos incautos, pero esas mismas personas se transforman después en un karma.
Entonces, quedan rotulados como payasos digitales, como vendehúmos, y hasta ahí llega la aventura en internet. Desaparecen un tiempo, borran el rastro de sus acciones fallidas y luego se reinventan con otra máscara, de la mano de un “producto fantástico que te hará millonario en solo una semana” con el que pretenden recuperar lo perdido. Y vuelve a comenzar el círculo vicioso…