Una de las imágenes que se quedaron grabadas en mi memoria, de la época de la niñez, es aquella de cuando acompañaba a mi mamá Julita a hacer compras. En especial en diciembre, cuando íbamos por los regalos para los primos, para el resto de la familia. Eran días largos, intensos, con caminatas extenuantes y negociaciones tensas. ¡El marketing más puro, en su esencia!
La señora Julita salía con una larga lista. Y no descansaba hasta que compraba el último regalo, hasta que quedaba satisfecha. Así eso significara ir de un lado para el otro, por varias zonas de Bogotá, en medio de un tráfico infernal y cientos de personas que estaban en la misma labor. Eran las épocas en las que el cliente tenía que darse la pela de ir a buscar el producto que deseaba.
Así tuviera el dinero, así estuviera dispuesto a pagar más, así ya hubiera tomado la decisión de compra, no había remedio: había que ir a buscar el producto. Era un mundo distinto al de hoy, en especial porque era el empresario el que imponía las condiciones: la única elección que podía hacer el cliente era si compraba o no, porque tampoco era que abundara la oferta.
Cuando la memoria viaja en el tiempo y se instala de nuevo en esa época, años 80 y 90, da la impresión de que hablo de la prehistoria. Y, de cierta manera, sí lo es. Comparado con lo que vivimos hoy, en la era de la revolución digital, sí lo es. Ahora, a los empresarios, grandes o pequeños, nos toca ir en busca del cliente: algo así como un safari, en procura de la presa.
Uno de los efectos principales de la revolución tecnológica es que la oferta supera con creces la demanda. Si lo que quieres no está en el centro comercial cercano a tu casa, no importa: solo requieres un dispositivo móvil, una conexión a internet y una tarjeta de crédito para traerlo desde donde quieras. ¿Estados Unidos? ¿Europa? ¿Envío exprés o entrega normal?
Y tampoco tienes que estresarte buscando lo que quieres. Hoy, los productos te persiguen adonde quiera que vayas. De hecho, hay ocasiones en las que necesitamos una trinchera para escapar de ese incesante bombardeo de mensajes publicitarios que nos aparecen por doquier en el teléfono móvil, en el computador, en los medios tradicionales, en las aplicaciones que descargamos.
No hay remedio: si tienes un negocio, dentro o fuera de internet, uno grande o un pequeño emprendimiento, tienes que ser omnipresente. Con una salvedad, eh: la premisa es estar allí donde están tus clientes, nada más. No caigas en el error inducido que hace tropezar a muchos, ese de creer que “los clientes están en todas partes y yo tengo que estar en todas partes”.
Sí, quizás tus clientes están en Facebook, en Twitter, en Instagram, en la televisión o en los diarios. Sin embargo, eso no quiere decir que en todos y cada uno de esos medios están en modo comprador. Quizás en Facebook solo quieren conectarse con los amigos del colegio, usan Twitter para opinar sobre lo humano y lo divino y ven Instagram para publicar las fotos familiares.
Hoy, la tecnología nos ofrece alternativas ilimitadas para estar conectados con nuestros clientes. Es como disfrutar del don de la ubicuidad, aquella condición de estar en todas partes. Múltiples canales de comunicación que podemos aprovechar y que se convierten en los principales aliados de nuestras estrategias de marketing. Ah, por supuesto, si sabemos usarlos, si no los abusamos.
Internet nos ofrece increíbles y poderosos medios y herramientas para ser visibles, darnos a conocer y posicionarnos en el mercado: blogs, redes sociales, email marketing, videos, pódcast, libros, ebooks, webinars, transmisiones en vivo, en fin. Puedes utilizar solo una de estas opciones o varias, o todas. No hay restricciones: la única premisa es estar allí donde están tus clientes.
Fruto de la revolución digital, ahora, a los empresarios, grandes o
pequeños, nos toca ir en busca del cliente, esté donde esté: algo así
como un safari, en procura de la presa. ¿Listo para la cacería?
Y esa última frase encierra la clave del éxito o del fracaso: estar allí donde están tus clientes. Dentro o fuera de internet, dentro o fuera de las redes sociales. En modo contenido o en modo publicidad. Lo importante no es eso: lo importante es que el mensaje que transmites sea el correcto y que se emita por el medio adecuado y esté direccionado a tu público objetivo.
Si te expresas mejor por escrito, crea un blog. Si te desenvuelves de maravilla ante la cámara, abre un canal en Youtube, publica videos cortos en Instagram y realiza transmisiones en vivo por Facebook. No necesitas ser un experto en cada materia: lo mínimo es que seas tú, que seas una versión auténtica y creíble que genere confianza. Y, como dije, que el contenido aporte valor.
Estar en todas partes es una fantástica oportunidad que nos proporciona la tecnología. Pero, no cometas el error de convertirte en una molestia para tus clientes. Diseña, implementa y ejecuta estrategias de marketing enfocadas en aportarle valor, en educarlo, en darle argumentos para que sepa que tú eres la mejor alternativa del mercado, la solución ideal para ese dolor que lo aqueja.