¡Cómo duele despojarse, así sea temporalmente, de aquello a lo que estamos acostumbrados! Finalmente, tras poco más de 1.300 kilómetros de viaje en dos etapas, llegué con mi familia a Charlotte (Carolina del Norte). Estamos a salvo, estamos lejos del alcance de la trayectoria prevista del huracán Irma, pero estamos desconsolados.

No había elección, es cierto, y no solo por la alerta de evacuación emitida por las autoridades. No la había, básicamente, porque nuestra integridad estaba en peligro, y con la vida no se juega. Esperamos hasta última hora, con la ilusión de que la amenaza se extinguiera, pero no hubo remedio: debimos salir de casa y buscar un hogar temporal.

Como te conté en la nota de hace unos días, titulada Las lecciones que podemos aprender del huracán Irma, esta experiencia, que desde ningún punto de vista es agradable, para mis hijas resultó exótica y llamativa. Sin embargo, poco a poco han entendido la gravedad del asunto y, sobre todo, cómo se debe reaccionar ante una amenaza como esta.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Miami Beach fue uno de los sectores que sintió con más fuerza la llegada del temible huracán Irma.

Este imprevisto viaje, que emprendí en la madrugada del sábado, me sirvió para reflexionar acerca de lo que tengo, específicamente acerca de quiénes tengo a mi alrededor, y de lo que significa lo que hago. Y si bien no puedo hacer un balance definitivo, porque no sé cómo termine esto, sí puedo compartirte algunos pensamientos.

Lo primero que me impacta es cuán frágiles somos. La madre naturaleza, en su sabiduría, nos pone pruebas difíciles de entender y de sortear como estas tragedias. Y los seres humanos, que nos creemos dueños del universo, somos la moneda de cambio. Somos directos responsables de lo que ocurre en el planeta, pero no queremos ser afectados.

Trasladado a los negocios, no dejo de pensar en la cantidad de decisiones erradas que tomé en el pasado, las que adopté por capricho o de manera irresponsable, por un impulso. Así somos todos, y después nos quejamos. Ciertamente, debemos ser más honestos y, sobre todo, más cuidadosos con los efectos que provocamos, y sus consecuencias.

Esa experiencia de salir de tu casa, en donde no solo dejas bienes materiales, sino también recuerdos de bellos momentos, un pedacito de tu vida, es algo desgarrador. ¿Cuándo podremos volver? ¿Cómo la encontraremos? Son interrogantes que, para serte sincero, me atormentan. Nada de lo que somos o de los que tenemos nos pertenece.

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Diversas zonas de Miami se inundaron en la tarde del domingo. Miles quedaron sin energía eléctrica.

La vida es prestada, los seres queridos son un regalo y lo material, agua que se nos escurre entre las manos: lo disfrutamos un segundo y después ya no está. Sin embargo, por más conscientes que seamos de esa situación, duele dejarlo atrás. Quizás sea esa actitud tan propia del ser humano de querer saberlo todo, de querer controlarlo todo.

No puedo pasar por alto, así mismo, actitudes de la gente que resultan incomprensibles. Durante el viaje, en algunas de las paradas que realicé, conversé con personas y me impactó su poca preocupación por la situación. El hecho de no sentirse amenazados, al menos no de manera inminente, los llevó a mostrar un poco de indolencia.

A veces, es una actitud que también percibo en los negocios. Y lo peor son las consecuencias. Como decía Hébert Castro, un humorista uruguayo que tenía un programa muy famoso en la radio colombiana en los años 80, “Se les dijo, se les advirtió, se les recomendó”, y no hicieron caso. ¡Creemos que a nosotros nunca nos va a pasar!

Todos estamos expuestos

Y, sí, nos pasa. También sufrimos fracasos, también quebramos. El mercado prende las alarmas, nos dice que algo no anda bien, que el mensaje no llega adecuadamente, que el servicio no es bueno, en fin, y hacemos caso omiso. Nos creemos dueños de la verdad y, cuando llegan los malos momentos, el llanto y el crujir de dientes nada solucionan.

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A su paso por Antigua y Barbuda, Irma dejó sin hogar a cientos de familias. Los años fueron terribles.

A lo largo del viaje, a medida que nos alejábamos de casa, percibía cómo esa terrible amenaza que nos acechaba se volvía difusa, se diluía. Fue cuando comprendí por qué a veces una equivocación o un tropiezo nos duele tanto: queremos cargarlos con nosotros. Esta vez, en cambio, quizás para no preocuparnos, soltamos y dejamos atrás esa realidad.

¿Cuántas veces no te ha ocurrido que te cuesta seguir adelante por el apego al pasado? ¿Porque no te puedes perdonar un error? ¿Porque te mortifican las pérdidas? A medida que avanzaba hacia Atlanta, donde hicimos una escala, y luego a Charlotte, entendí que este viaje es una oportunidad, un mensaje de la vida que aún no he descifrado.

Entonces, hice una especie de borrón y cuenta nueva, liberé mi mente de preocupaciones y me enfoqué en disfrutar estos días, si así se puede decir. En aprender lo que la vida me quiere enseñar, en hablar con mis hijas y procurar que entiendan esta incómoda situación, que sepan qué hacer cuando tengan que tomar sus propias decisiones.

Al llegar a Charlotte, en la tarde del domingo, busqué las noticias para saber cómo había evolucionado la emergencia. Las imágenes que vi en la tv fueron aterradoras, debo confesarlo. Da miedo, honestamente. Fue, entonces, cuando sentí un alivio porque comprendí que había tomado la mejor decisión para mi familia, que está a salvo.

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El bulevar Malecón, de La Habana (Cuba), sufrió los embates de olas de gran envergadura.

No deja de preocuparme, sin embargo, lo que pueda suceder. Sé que hoy mi vida está aquí en Charlotte, por un tiempo indeterminado, y que hay que seguirla. Y si algo me enseñaron los negocios es que hay que vivir el día a día, el presente, porque el ayer ya es pasado y el mañana aún no llegó. Entonces, viviré este presente, y procuraré disfrutarlo.

Asumo que es una oportunidad que me da la vida. ¿Para qué? No lo sé, todavía no lo sé. Pero, estoy seguro de que estas situaciones no suceden por casualidad, sino que se interponen en nuestro camino para enseñarlos algo. Estaré atento, entonces, a lo que pueda aprender, con la ilusión de que sea algo que me haga más fuerte, me haga mejor persona.

Este huracán Irma, el más poderoso y tenebroso de las últimas décadas por estos lares, provocó que me tomara un tiempo para reflexionar y recordara que fueron muchas las pruebas, muy difíciles también (aunque de otra manera, claro), que superé en el pasado. Y ahora tengo la fuerza que me da mi familia, que me das tú, que me dan mis sueños.

No sé cuánto tiempo dure este exilio en Charlotte, pero sí sé que cuando termine esta situación ya no seremos los mismos. Así estemos a salvo, así no hayamos sufrido pérdidas, ya no seremos los mismos. Y creo que de eso se trata la vida: de aprender a capitalizar lo que encontramos en el camino para crecer, para ser mejores seres humanos.