Liberarse del yugo de un empleo formal, que cada vez más significa también un jefe insoportable y unos compañeros incompetentes, es el sueño de muchos. Quizás, también el tuyo. La salida que muchos ven más fácil, la más común, es la de lanzarse a hacer empresa: un día se levantan como empleados, se acuestan como desempleados y a la mañana siguiente ya son emprendedores. Un curso que, a veces, no es como lo pintan.

Liberarse de la tiranía de los jefes y de los horarios, y darle rienda suelta a ese espíritu aventurero que todos llevamos dentro, puede convertirse en una pesadilla si no se tienen en cuenta algunos factores. Esta, lo debes entender, es una decisión que cambia tu vida de manera radical y, por eso, no puede ser tomada a la ligera, por salir del paso, simplemente porque en ese momento no se te ocurrió algo diferente.

Muchas veces, ser emprendedor no es como lo pintan.

Veamos tres beneficios inmediatos: tendrás la posibilidad de escoger qué haces y cómo lo haces; es decir, serás tu propio jefe. Segundo, como dueño de tu empresa, tú fijas las reglas (¡Cuidado: siempre debe haber reglas!). Tercero, en adelante, tu vida será como la quieras vivir. Eso, dicho así no más, suena como entrar al paraíso, pero también puede ser meterse en un bosque espeso y de repente caer en una zona de arenas movedizas.

Si tú eres el jefe, toda la responsabilidad es tuya, toda la carga es tuya, todo el estrés es tuyo. Si tú eres el dueño, a la larga eres el único que pierde si el negocio no prospera, eres el único que lo arriesga todo; y, claro, estás obligado a seguir fielmente las reglas que impusiste. Y, obvio, tu vida será lo que puedas conseguir como independiente, como emprendedor: un cultivo sembrado de rosas espinosas, un camino tapizado en pétalos.

Mucha gente dice que como emprendedor va a ganar más dinero que como empleado, pero esa no es una premisa: si no haces las cosas bien, el resultado será negativo, especialmente en lo económico. Pero, la tentación por obtener ganancias multimillonarias es muy grande y, por eso, tantos pisan esa cascarita y caen. Ya te lo dije: el riesgo es tuyo y un mal negocio puede quitarse tu capital.

Ser emprendedor es más, mucho más, que mandarse solo, que tomar tus decisiones. Te enfrentarás a la soledad, que con el tiempo puede convertirse en grata compañía, pero que al comienzo es un fantasma que infunde temor. Tendrás que soportar las críticas y las energías negativas de otras personas, especialmente de aquellas en quienes más confías, los primeros que te darán la espalda.

En los momentos difíciles, seguramente estarás solo y no tendrás quién te consuele, quién te dé aliento. Te volverás desconfiado y retraído, y tu vida social será un vago recuerdo. Tus relaciones sentimentales se pondrán a prueba, porque no cualquiera está dispuesto a seguirle la estela a un soñador. Y dolorosamente conocerás la verdadera cara de aquellos que antes se hacían llamar amigos, pero ahora apuestan por tu fracaso.

Libertad, autonomía e independencia, privilegios costosos.

Cada mañana, tú mismo tendrás que darte ánimos. Cuando alcances alguna de las metas que te propusiste, seguramente celebrarás solo, porque mientras no llegues a la cima nadie confiará en ti. Tendrás que estar agradecido si en el trayecto encuentras a alguien que quiere caminar contigo, que te brinde su solidaridad sin esperar nada a cambio, que te diga que no te rindas porque estás cerca de alcanzar el objetivo.

Dirás que cuanto has leído en los ocho párrafos anteriores es contradictorio, porque yo soy un emprendedor. Sin embargo, no hay equívoco alguno: yo mismo pasé por esas situaciones y, por eso, quiero compartirlas contigo. Yo sufrí en carne propia todos y cada uno de los tropiezos mencionados. Y yo, como tú, fui víctima de mi propio invento, una frase que me hace acordar de las madres de mi época.

No quiero que te desanimes; por el contrario, quiero que seas consciente de cuán importante es esa decisión se convertirte en emprendedor. Casi veinte años después de haberme tirado al agua, sin flotador y con nadado de perrito, miro al pasado y hasta risa me da: ¡Qué torpe fui, qué gruesos errores cometí, qué terco me puse a ratos, qué difícil me la puse yo mismo! Y me río, porque hoy puedo decir que salí airoso, que soy feliz.

Ser emprendedor es lo mejor que me ha pasado en la vida, después de mi familia. Despojarme de mis miedos y lanzarme indefenso a luchar por mis sueños fue la mejor decisión que tomé jamás; y la repetiría una y mil veces más. Pero, reitero, lo que viví fue muy distinto a lo que me pintaban, a lo que me había imaginado. Si estás dispuesto a correr esta aventura, ya sabes que aquí hay una mano tendida lista para ayudarte.