Imagínate este escenario, en una esquina cualquiera, en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera mientras los conductores esperan que el semáforo dé luz verde: ves una multitud de automóviles de todos los colores, unos grandes y otros chicos, unos viejos y trajinados y otros nuevos; unos bien, cuidados y otros, con notorio deterioro…

Sin embargo, cuando cambia el semáforo y comienzan a andar, irónicamente todos son iguales. Los hay bastante básicos, es decir, con el equipamiento elemental. También, esos de última tecnología que incorporan varios computadores, que tienen los controles en el timón como un auto de F1, que parecen extractados de las películas de ficción.

Hay también de los familiares, amplios y cómodos, y también de los todoterreno para los aventureros que gozan explorando destinos inhóspitos. Todos, sin embargo, cumplen el mismo objetivo: llevar a los pasajeros hasta el punto de destino. Alguno me discutirá que no son iguales, aunque sí parecidos, a pesar de que cumplen idéntico propósito.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

En la calle, parados en un represamiento, los carros lucen iguales. Sin embargo, hay diferencias.

No es lo mismo un vehículo modelo 90 que otro recién salido del concesionario con airbag, motor de inyección y sillas tapizadas en cuero. Es cierto, no son iguales. Pero, al fin de cuentas todos necesitan algún combustible para ponerse en marcha y la diferencia la podemos encontrar en el conductor, en sus hábitos y su comportamiento.

Igual ocurre en los negocios. Los hay grandes y chicos, los que ofrecen productos y los que venden servicios, los que brindan una cálida atención al público y los que son despersonalizados, los que consienten a los clientes y los que solo se preocupan por vender, los que quiebran y los que trascienden.

Los factores que distinguen a las cosas (los automóviles), a los negocios y a las personas son lo que hay en la cabeza y lo que llevan en el corazón. La diferencia está en que no todos tienen lo mismo, no todos tenemos lo mismo, más allá de que, en esencia, somos iguales. Hay diferencias que se antojas sutiles, pero que son fundamentales.

El combustible que corre por los conductos de los vehículos, que mueve los sistemas de los negocios y que viaja por las venas de los hombres es lo que determina su destino. La experiencia acumulada en casi veinte años de trayectoria en el mercado de los negocios por internet me enseñó que lo único que no puede faltar en tu negocio es pasión.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

Amar lo que haces es condición indispensables para que lo disfrutes y para que triunfes.

Buenas ideas, tenemos todos; recursos, tenemos todos; herramientas, tenemos todos; educación, tenemos todos, en mayor o menor medida, y algunos las aplicamos mejor que otros, es cierto. Esos son ya algunos diferenciales, pero el que dice la última palabra es la pasión. Sin ella, no hay nada; sin ella, tiramos la toalla en la primera dificultad.

La vida y los negocios son una montaña rusa: ascensos y descensos, curvas electrizantes, pequeños tramos para ir despacio, instantes para vivir la emoción de la velocidad. Lo cierto es que solo puedes disfrutar el viaje si tiene ese plus que te permite aprovechar cada momento, si te enfocas en el instante, si das lo mejor de ti en cada situación.

Ingrediente indispensable

Y disfrutar el momento, enfocarte en el presente y dar lo mejor de ti siempre se llama pasión. Es un plus, como dije, lo que significa que todos poseemos pasión, pero no todos hacemos el mismo uso de ella. Peor aún, algunos la tienen, pero no sabe qué hacer con ella, la menosprecian, la dejan guardada en el cajón de los recuerdos.

Y después, cuando necesitan ese algo más que marque diferencia, la extrañan. La pasión es ese ingrediente adicional que te impide tirar la toalla. El que te permite levantarte con buena actitud, así no te guste madrugar. Por el que puedes controlar el sueño, así la noche se te haga muy larga y el cansancio agote las fuerzas.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

La pasión es el combustible que te mueve a buscar tus sueños. Sin ella, no avanzas.

El que te da la paciencia del santo Job cuando los clientes, los socios o los compañeros sobrepasan los límites. Por el que siempre estás dispuesto a hacer algo más, un esfuerzo más, un sacrificio más, un intento más. El que te permite sacar fuerzas de donde no sabes que las tienes. Por el que siempre das un paso más y desechas la idea de rendirte.

En incontables ocasiones, nos dijeron que los negocios son como una relación amorosa: la clave está conquistar a la pareja, en enamorarla cada día, en brindarle una experiencia satisfactoria cada momento. Si eso es cierto, entonces, la pasión es indispensable para alcanzar el éxito en los negocios, para lograr la felicidad en la vida.

La pasión es el combustible que nos permite transitar ese duro camino, esa montaña rusa salpicada de obstáculos y retos que es la vida. Si lo que haces no te apasiona de verdad, si no lo amas de verdad, si no lo disfrutas de verdad, tarde o temprano estarás en una encrucijada. Y, créeme, cabeza y corazón coincidirán y dirás un firme ¡No más!

Y en el día a día lo comprobarás cuando pierdas la motivación, cuando empieces a delegar tareas importantes, cuando la procrastinación sea un hábito, cuando la acumulación de dinero te importe más que el servicio que puedes prestar, cuando la rutina apague la llama de la ilusión. Ese día será el día de poner punto final y decir adiós.