Tengo el corazón arrugado. Y confundido. No recuerdo otra situación en la que el contraste entre la alegría (y el agradecimiento) se mezclara de tal forma con la tristeza (y la desolación). La agradable sensación del Hogar, dulce hogar, tras ese corto exilio por Carolina del Norte, se trasformó en dolor por las tragedias naturales en México y el Caribe.

Aunque hice un gran esfuerzo, durante un largo rato, no tengo palabras para expresar lo que sentí cuando regresé a mi casa, que había tenido que abandonar por la emergencia provocada por el huracán Irma. Fue una semana anormal, caótica, pero me dejó grandes lecciones. Compartir esta experiencia con mi esposa y mis hijas fue un regalo de la vida.

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Espectacular. la gente se volcó a las calles a ayudar a las víctimas.

Si bien procuramos ser unidos, acompañarnos en todo momento, esta situación de emergencia, con peligro inminente, fue enriquecedora: nos unió, nos acercó. A veces, nos dejamos llevar por la rutina, por la urgencia de las tareas en las que estamos comprometidos, y olvidamos que hay cosas más importantes en la vida.

De regreso a casa, procuré conectarme de nuevo con mi realidad. Sin embargo, un nuevo sacudón me demostró una vez más que la vida es apenas un suspiro y que somos exageradamente afortunados de estar aquí. Aún más: me confirmó cuánto somos capaces de conseguir, cuán útiles podemos ser, cuánto nos necesitan los demás.

La dimensión de la tragedia es aterradora y me llegó a lo más profundo porque tengo grandes amigos en México, porque siempre que estuve allí me acogieron con inmenso cariño. No pude evitar hacer un alto en mis actividades rutinarias y sentarme frente al televisor en busca de explicaciones, de una respuesta que, por supuesto, no llegó.

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De día y de noche, a pesar de la lluvia, las tareas de rescate no se han detenido.

Apenas 12 días habían pasado desde el terremoto que sacudió Chiapas y ahora, cuando se recordaba la tragedia ocurrida el 19 de septiembre de 1985, otra vez la naturaleza se ensañó con el D.F. y los estados vecinos. Seguramente tú también habrás visto las imágenes, los edificios caídos, el dolor y el desespero de la gente. ¡Terrible!

Las circunstancias de las últimas semanas, sin embargo, me recordaron dos premisas que no podemos pasar por alto: la primera, que la vida es prestada y en cualquier momento nos la arrebatan; la segunda, que por muy negativa que sea la realidad, debemos observarla desde un ángulo positivo, porque es la única forma de seguir adelante.

Del impacto por la magnitud de la tragedia, pasé rápidamente a la admiración por el ejemplo que nos brindan los hermanos mexicanos. Lo primero que me sorprendió fue ver cómo la gente que salió ilesa se despreocupó de su situación y de inmediato se puso al servicio de las víctimas: intentar salvar la mayor cantidad de vidas, la prioridad.

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Impactante y conmovedora la respuesta de los mexicanos ante la tragedia. ¡Son unos héroes!

Cuando uno está metido en el mundo de los negocios, al que he descrito repetidas veces como una jungla de fieras hambrientas, a veces pierde sensibilidad con lo que les ocurre a otros. Las experiencias de las últimas semanas me sirvieron para entender lo frágiles que somos, lo expuestos que estamos a que la vida se extinga en un abrir y cerrar de ojos.

La solidaridad, la generosidad de los mexicanos, su compromiso con el vecino, con el compañero de trabajo, son una enriquecedora lección de vida. Ciertamente, la dimensión de la tragedia hubiera sido mayor de no haber mediado esta ayuda desinteresada y efectiva de cientos de miles de ciudadanos anónimos. Un oasis de vida en medio del caos.

Conmovedor hasta los tuétanos, el drama de la Escuela Primaria Rébsamen, en la que murieron al menos 32 niños (estudiantes) y 5 adultos (profesores). Pero, qué maravilla ese milagro de ver cómo rescataron con vida a otros tantos, cómo ese formidable equipo humano logró lo imposible, inclusive arriesgando sus vidas ante una nueva sacudida.

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Muchas vidas se salvaron gracias a la desinteresada colaboración de los ciudadanos. ¡Increíble!

Imagino que la frustración de no haberlos salvado a todos invade el corazón de los rescatistas, de los voluntarios. Sin embargo, estoy seguro de que en lo más profundo de su corazón tienen la tranquilidad de saber que hicieron su mejor esfuerzo, que se exigieron al máximo de sus fuerzas, que superaron los límites del cansancio y el dolor.

La recompensa, que algún día apreciarán y valorarán, fue haber ayudado a rescatar con vida a decenas de compatriotas. Los esfuerzos conjuntos fueron titánicos, tan poderosos como la tragedia misma. Un ejemplo de cómo es posible levantarse del más duro de los golpes que nos pueda propinar la vida si hay ganas, si hay pasión, si hay colaboración.

Por la enseñanza que recibí de mis padres en casa y por lo que aprendí de mis mentores, entiendo que nada tiene sentido en la vida si no está al servicio de otros. ¿Para qué talentos? ¿Para qué dones? ¿Para qué conocimiento? ¿Para qué experiencias? ¿Para qué recursos? ¿Para qué si los usamos exclusivamente para provecho propio?

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Instantes después del terremoto, el panorama en el D.F. era sombrío.

Inesperadamente, afortunadamente, estas últimas semanas caóticas e impactantes han sido muy enriquecedoras. He tenido la oportunidad de reflexionar mucho sobre el papel que a cada uno le fue encomendado en esta vida y sé que, desde mi posición, gracias a las herramientas de que dispongo, puedo hacer grandes aportes al bienestar de otros.

Comparto la tristeza y el dolor de los hermanos mexicanos y celebro su valentía, su coraje, su generoso corazón. Valoro inmensamente la lección de resiliencia, de rebeldía frente a la adversidad, que nos brindan desde la 1:15 de la tarde del aciago martes 19 de septiembre de 2017, instante en el que un terremoto estremeció sus cimientos.

Tengo el corazón arrugado. Y confundido. Confieso que de algún modo me siento culpable por ser afortunado de salir ileso de la amenaza del huracán Irma, mientras miles de personas sufren en México y el Caribe. Entiendo que mi misión de vida está incompleta y dedicaré mis fuerzas y mis recursos a seguir ayudando a quien le pueda interesar lo que ofrezco.

¡México y el Caribe están de pie!