¿Es cierto eso de que quien ríe de último ríe mejor? En este caso, sí. Y fue una sonrisa con el más puro sabor de la dulce venganza, después de que los roles de los protagonistas de esta historia se invirtieron. Es el camino que Blockbuster recorrió hacia la cima, la forma en que disfrutó su apogeo y, finalmente, el tránsito hacia una dolorosa desaparición.

El de Blockbuster es un nombre que llevo marcado en la piel, como si fuera un tatuaje. La segunda mitad de los años 90 en Colombia fueron tormentosos por la crisis económica y, sobre todo, la violencia por la guerra entre el Estado y el narcotráfico. A veces, daba miedo salir de la casa por temor a que explotara una bomba. ¡Así, literal!

A quienes vivíamos en las grandes ciudades, especialmente Bogotá y Medellín, nos tocó acostumbrarnos a pasar los fines de semana recluidos en casa, por seguridad. Entonces, la irrupción de Blockbuster fue un elíxir para el aburrimiento: muy cerca, en el barrio, a un precio módico, era posible alquilar las mejores películas del mercado, los últimos estrenos.

Mercadeo Global - Álvaro Mendoza

A finales de 2013, sin anestesia, Blockbuster cerró sus puertas. El derrumbe de un gigante.

Era una época en la que de Navidad uno se ponía de acuerdo con los hermanos para pedirles a los papás un solo regalo: el Betamax, primero, y el VHS, después, para ver películas. Y el regreso a casa al salir de clases en el colegio o en la universidad se vivía con intensidad, ilusionados por las películas que se iban a alquilar.

Eran tiempos difíciles, pero Blockbuster nos alegraba la existencia. Además, también estaba Betatonio, una compañía nacional, por lo que la competencia era recia y, claro, los ganadores éramos los clientes que no teníamos que esperar meses para ver las películas de moda. Además, era la ocasión propicia para compartir con la familia y los amigos.

Blockbuster había surgido en Dallas (Texas) el 19 de octubre de 1985. El fundador fue Wayne Huizenga, un estadounidense de origen holandés. Su irrupción fue meteórica, al punto que en menos de 10 años superó la barrera de las 3.000 tiendas. En 1994, pasó a manos de Viacom a cambio de 8.400 millones de dólares, una cifra estrambótica.

Ese, sin embargo, no fue su techo. Blockbuster siguió creciendo, y no solo en los Estados Unidos, sin que extendió sus fronteras y se instaló en diversos puntos del planeta como Latinoamérica, Nueva Zelanda, Tailandia, Australia y Taiwán. A mediados de la primera década del siglo XXI, tenía 60.000 empleados y 9.000 tiendas a nivel mundial.

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Ir a la tienda y tomarse todo el tiempo del mundo para escoger la película era el comienzo del plan.

Un monstruo que, sin embargo, pronto perdió la cabeza. Desde finales de los años 90, los hábitos de los consumidores comenzaron a cambiar gracias a la aparición de un David al que el gran Goliat miró con desprecio: internet. Y así como Blockbuster creció y se estableció con rapidez, el imperio del alquiler de películas se desplomó dolorosamente.

En la historia quedó consignado un suceso con claros tintes de fábula que representa una invaluable lección para los emprendedores. Por allá en el año 2000, cuando Blockbuster no creía en nadie y a todos los miraba por encima del hombro, recibió una oferta que desechó por capricho, falta de visión y, sobre todo, la soberbia de sus dueños.

En las entrañas oscuras de internet había surgido una pequeña empresa llamada Netflix, que también alquilaba videos, como Blockbuster, pero bajo una modalidad diferente. En vez de hacer un pago por cada película, se abonaba una mensualidad que daba la posibilidad ilimitada de películas y series, que se veían en línea o se recibían a vuelta de correo.

La soberbia mata

Reed Hastings, fundador de Netflix, visitó a John Antioco, CEO de Blockbuster, y le propuso unir esfuerzos, combinar sinergias. La idea era trabajar un nuevo modelo de alquiler de videos, no presencial, aprovechando el nombre que el gigante de la renta de películas había logrado posicionar. La respuesta fue un NO rotundo acompañado de una burla.

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Netflix nació en 1997 y desde entonces es un fenómeno para los amantes del entretenimiento.

Netflix había nacido tres años antes cuando se hartó del modelo de negocios que había impuesto Blockbuster. Un día, Hastings rentó una película y no la devolvió en el plazo acordado, algo que le ocurría con frecuencia; tuvo que pagar una multa de 40 dólares, que le colmó la paciencia, y se propuso diseñar una alternativa más atractiva para los clientes.

Su empresa, pequeña, ofrecía la suscripción mensual a un servicio en línea, con la ventaja de observar un número ilimitado de películas y series. Introdujo dos conceptos novedosos: el alquiler se podía hacer desde casa (es decir, no había que desplazarse a la tienda) y no se pagaba multa por superar el límite de la fecha de devolución. ¡Le pegó al perrito!

En poco tiempo, ganó un lugar en el mercado y Hastings creyó que una alianza con el competidor más fuerte del mercado podría beneficiarlos a ambos. Estaba convencido de que el futuro era lo digital, pero no tenía cómo competir mano a mano con Blockbuster. Por eso, buscó la alianza que fue rechazada de plano, humillación de por medio.

Por aquel entonces, el negocio de Blockbuster marchaba sobre ruedas y, según sus directivos, no había amenazas en el horizonte. Lo insólito es que no se tomaron la molestia de darle una oportunidad a la propuesta de Hastings, no evaluaron opciones, no estudiaron las tendencias del mercado, ni siquiera lo discutieron con su departamento de mercadeo.

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La gente eligió el plan casero, en la tranquilidad de la sala. Ese fue el fin del imperio Blockbuster.

Ciegos de soberbia, ese día los directivos de Blockbuster cavaron la tumba de su empresa. Netflix, en aquella época, valía míseros 50 millones de dólares, y hoy la compañía factura 3.500 millones de dólares anuales. Cuenta con al menos 70 millones de usuarios en todo el mundo, muchísimos más de los que acreditó Blockbuster en su mejor momento.

Y ocurrió lo inevitable: la balanza del mercado comenzó a marcar un nuevo rumbo y mientras Netflix ascendía vertiginosamente, con solidez, el imperio de Blockbuster caía como un castillo de naipes. El salvavidas que le tiró Dish Network no sirvió y desde mediados de la década pasada el negocio se vino abajo por falta de clientes.

La gente eligió la comodidad de la casa, en enormes pantallas planas y con la garantía de una experiencia inolvidable con familia y amigos. Blockbuster, que en el momento de aquella reunión de la que Hastings salió con el rabo entre las piernas valía 3.000 millones de dólares, es un vago recuerdo en la mente de los clientes, y Netflix vuela alto.

Blockbuster, que literalmente liquidó a varios de sus competidores, aprendió que “El que a hierro mata, a hiero muere”. La empresa desapareció oficialmente a finales de 2013, sumergida en deudas. Mientras, los hábitos de los aficionados al cine, las películas, series o al entretenimiento en los hogares cambiaron tanto, que ya no se dice “Veamos una peli”, sino “Veamos Netflix”.